Los tradicionales dulces limeños

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Me acuerdo la primera vez que probé el frejol colado. Era una tarde de invierno y yo era aún una niña. Papá manejaba su linda camioneta roja por el circuito de playas; íbamos conversando, escuchando boleros y riéndonos mucho, como siempre.

Llegamos al distrito de Magdalena, un poco lejos de la casa, pero con un trayecto divertido todo resulta mucho mejor. Papá estacionó el auto y bajamos a una dulcería. «Pericota, esto te va a encantar», recuerdo que me dijo y entramos a la tienda.

Era pequeña, pero acogedora. Los mostradores de vidrio, tapados con una pequeña cortina larga, contenían una gran cantidad de postres que a mí me volvían loca. Mi padre ordenó un frejol colado y una crema volteada para compartir entre los dos y se los trajeron enseguida.

Yo probé esa delicia y quedé fascinada. ¡Papá tuvo que pedirse otro vasito de ese dulce de frejol! Nunca olvidé esa dulcería en una calle recóndita de Magdalena, muy cerca a la Plaza Principal del distrito y también muy cerca al mar.

Hace un par de semanas tuve un antojo increíble por un delicioso y tradicional dulce limeño. Subí a mis hijos al auto mientras Ro cogía las llaves para volar a probar aquellas delicias de Magdalena. Llegamos y nosotros felices; no puedo creer que sea el mismo sabor…

Me gusta que sean dulces caseros, que tengan variedad, que siga siendo el mismo pequeño lugar a donde yo iba hace muchos años con papá… Tantos recuerdos y tanta tradición que ahora puedo transmitir a mis hijos y que ellos podrán hacerlo a los suyos, espero, algún día.

Volví a pedir ese frejol colado que tanto me gusta. ¡Cómo no hacerlo en el lugar donde lo aprendí a comer! El suspiro a la limeña de Ro estaba delicioso y la mazamorrita de los chicos, ni qué decir. «¿Unos higos rellenos para picar?»… ¡Qué dulceros que somos!

Imágenes: HistoriaGastronomía.