Mis hermanos y yo somos muy unidos, pero llegó un día en el que mi hermana decidió viajar a Brasil. Ella es varios años mayor que yo y tiene casi toda una vida viviendo allá; partió hace unos 20 años cuando yo comenzaba a pensar en los chicos, pero a escondidas seguía peinando a mis adoradas Barbies.

Me acuerdo clarísimo cuando se fue, porque todos fuimos a despedirla al aeropuerto. Éramos muy cercanas y me prometió que regresaría para verme cada vez que pudiera. Me dio un beso en la mejilla, otro en la frente, me abrazó y se fue a embarcar en ese enorme avión. «¡Chau, hermanita brasilera!», le gritaba a través del vidrio sin que pudiera oírme.

Mi hermana regresaba a visitarnos cada año y si podía venía dos veces. Cada vez que nos visitaba me traía varios regalitos, pero a mi hermano mayor siempre le regalaba dos botellas de un licor muy peculiar: una botella la tomaban todita el día que mi hermana llegaba y la otra la guardaba mi hermano para sus «ocasiones especiales». Se sentaban los dos con algunos primos  y reían con todas las historias que ella tenía para contarles. Yo las escuchaba y me reía por dentro.

Poco a poco fui creciendo y la familia también. Mi hermana ya solo venía una vez al año, pero seguía trayéndome de esos regalos que tanto me gustaban. Un buen día mi hermana se apareció, ya no con dos botellas del licor, sino con cuatro. «Toma, reinita, estas son para ti» y yo me quedé helada. Claro, yo ya no era la niña aquella, había crecido y ya estaba en la universidad, pero me seguía pareciendo extraño que mi hermana brasilera me regale alcohol…

Esa misma noche cortó varios limones, sacó hielo de la refri y me pidió que le consiguiera azúcar rubia. Resulta que el licor que siempre traía se llamaba cachaça y el cóctel que preparaba con él llevaba por nombre, Caipirinha. Esa noche solo nosotras dos nos sentamos a conversar largo y tendido, como nunca lo habíamos hecho. Desde entonces, cada vez que llega mi hermana soy yo la que la recibe con una caipirinha en mi casa.

Imágenes: UpYourArchitecture.